Qué esconde el ataque de Arabia Saudí a Yemen.

Yemen se ha convertido en el escenario de un nuevo pulso entre entre dos facciones del mundo musulmán, chiíes y suníes, o lo que es lo mismo, Irán y Arabia Saudí (respectivamente).

Geoestratégicamente la posición en el mapa de Yemen, Yibuti y Eritrea, que comparten el estrecho de Bab el-Mandeben, es vital, pues éste es paso obligado de los superpetroleros que transportan el crudo de los países del Golfo Pérsico hacia Occidente y Oriente.

Si los rebeldes hutíes se hacen con el poder, el negocio de los mayores exportadores de crudo del mundo puede verse afectado, pues 3,8 millones de barriles atraviesan diariamente este punto del globo, pero no hay que olvidar que también supone una amenaza para el transporte del petróleo a nivel internacional.

Irán y Arabia Saudí están luchando por sus intereses dentro de la OPEP. De un lado Arabia Saudí quiere mantener el ritmo de producción de petróleo a pesar del exceso de oferta mundial y la caída de precios, e Irán es contrario a esta estrategia, que favorece los intereses de Estados Unidos al afectar gravemente a economías emergentes dependientes del petróleo como Venezuela.

Riad se ha negado reiteradamente a las propuestas de recortar la producción de crudo dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), a la que aporta cerca de 10 millones barriles diarios, un tercio del total. Esto daña tremendamente a su adversario Irán, país que necesita un incremento en el precio del petróleo, que continúa a la baja desde finales de septiembre y que ha llegado a mínimos históricos en 6 años.

Cabe preguntarse por qué Arabia Saudí ve en Irán una amenaza, y la respuesta podría ser el deseo de los iraníes de promover un sistema de seguridad en el Golfo libre de influencias extranjeras valiéndose de la amenaza nuclear y sus capacidades militares, recursos que podrían influir en la OPEP y sobre la minoría chií en el reino saudí y otros estados de la región.

La competencia entre los dos productores de petróleo viene disfrazada de conflicto religioso, pero la pugna entre suníes y chiíes es bien conocida entre los analistas como la «Guerra Fría de Oriente Medio». Sus episodios más destacados han sido Siria e Irak. En la guerra civil de Siria, Arabia Saudí apoya a los rebeldes, que también son sunitas, mientras que Irán apoya al Gobierno de Bashar el Assad. Y entre las potencias mundiales, Rusia está del lado de Irán, y Estados Unidos del lado de Arabia Saudí.

El bloque de Arabia Saudí alinea a Egipto, Jordania, Líbano, Túnez, Argelia y Marruecos y la mayor parte de los estados de lengua árabe. El bloque de Irán incluye a Siria, Qatar y Omán. Su guerra fría se remonta a 1979, cuando el ayatolá Jomeini se hizo con el poder en Teherán y cultivó la ambición de desestabilizar a los demás estados de la región con el fin de imponer su variante de islam revolucionario.

En Irak, tras el progresivo abandono de las tropas estadounidenses del territorio, se ha producido el avance del Estado Islámico, una de las facciones más radicales de los suníes. En Siria es la mayoría alahuita de origen chií la que discrimina a los ciudadanos de credo suní.

Los chiíes conforman el 10% de la comunidad islámica, y siguen las enseñanzas de Ali, el primo de Mahoma, como sucesor designado por el profeta tras su muerte. Por su parte los suníes representan el 85% de los religiosos islámicos en el mundo y su figura clave es Abu Bakr, suegro y amigo de Mahoma.

Así pues, Irán y Arabia Saudí son los dos ejes principales que mueven los hilos de las actuales tensiones en Oriente Medio, y su Guerra Fría, según los analistas, usando la división entre las facciones religiosas para, en definitiva, jugar su papel como actores mundiales en un mundo que aún es dependiente del petróleo, excepto para Estados Unidos, que prácticamente ha alcanzado su independencia energética con un vasto esfuerzo en la última década.

Los americanos ya no están interesados en asumir responsabilidades en cuanto a política internacional se refiere, y las encuestas a su opinión pública así lo demuestran: solo 4 de cada 10 ciudadanos americanos piensan que se debería hacer algo con respecto a la situación que Irak está viviendo en estos momentos.

El exceso de oferta de crudo impulsado por Estados Unidos, con unas reservas probadas de treinta y seis mil millones de barriles, y que mantiene un nivel de producción que le ha llevado a superar incluso a Arabia Saudí como primer productor mundial de crudo, ha sido alimentado por los saudíes, que en noviembre consiguió de la OPEP el acuerdo de mantener la producción en 30 millones de barriles diarios. sacudiendo a economías rivales de ambos estados, Venezuela e Irán, dependientes del precio del crudo para alimentar sus economías.

Algunos analistas consideran que también de fondo se encuentra la pugna entre las dos potencias petrolíferas; el petróleo de esquisto o shale oil norteamericano, que tiene costos más elevados y requiere de una mayor inversión para mantener la producción, y las ingentes y siempre disponibles reservas saudíes.

De fondo también las negociaciones de EEUU con Irán, que han distanciado a Arabia Saudí de su histórico aliado, lo que añade más incertidumbre al nuevo conflicto.

Así pues, la tensión actual no puede ser explicada simplemente como un conflicto religioso entre facciones que compiten por liderar al mundo musulmán, sino como un nuevo escenario de un campo de batalla con muchas implicaciones a nivel mundial.

Félix Erlichman

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